Configuración de la subjetividad masculina
“…Ulises, hombre de gran imaginación, cuando se iban acercando a la isla temida, por consejo de Circe, ordenó a sus hombres que se taparan los oídos con cera, y él, que no podía con la curiosidad de escucharlas, se hizo amarrar al mástil, con orden de que pasara lo que pasara, no lo desataran. Al escuchar los cantos de las sirenas quiso soltarse, pero sus compañeros no se lo permitieron y logró su objetivo con éxito…”
ULISES (LA ODISEA)
Gilmore (1994) y su posición funcionalista definía claramente el rol masculino partiendo de una frase célebre de Herzfeld: “No es lo mismo ser un buen hombre que ser bueno como hombre”. Consideraba que: “La eficacia de un hombre se mide cuando los demás lo ven en acción y pueden evaluar su actuación. Esta combinación de masculinidad y eficacia en una imagen teatral de actuación”… “El hombre viril es el que actúa en el centro del escenario y un modelo mitológico de ese hombre viril, cubierto de gloria, encarnación del ideal griego, es el intrépido Ulises”.
Cuando pienso en la masculinidad no puedo dejar de caer en lugares obvios:} El héroe se impone, cuando recuerdo mis programas preferidos de TV en blanco y negro (década del 60) en mi infancia: “Batman”, “El llanero solitario”, “El hombre araña” entre tantos otros, que se apropiaron de mi cotidianidad. Tomando “la leche”, el que suscribe, fantaseaba con un mundo de aventuras en donde los muertos no importaban (siempre eran los malos) y las mujeres (bonitas y angelicales) eran abandonadas (sin culpa) en el final de la serie por estos héroes que debían dejarlo todo a la hora de cumplir su misión.
Ese héroe, representante de la masculinidad hegemónica se encuentra interpelado, y nos convoca a redefinir la subjetividad masculina a partir de nuevos enfoques de género, que obviamente incluyen a la mujer como así también a la diversidad en la masculinidad.
Como dice Meler (2000) “El sistema de género puede considerarse como un dispositivo social que interviene de forma definitoria en la constitución temprana de la subjetividad. No podemos referirnos a un infante neutro, ya que desde antes del nacimiento existe una red de expectativas- es decir, de proyectos identificaciones elaborados por los padres-, que se estructuran de forma polarizada según el género”.
Algunos historiadores norteamericanos consideran que la crisis masculina surge en Estados Unidos a finales del siglo XIX, cuando las mujeres se unen al mercado laboral y comienzan a luchar por sus derechos. Pero es en el siglo XX, en la década de los 80, cuando aparecen investigaciones sobre la crisis de la masculinidad en España, en Francia, en EE. UU., Latinoamérica, como así también en Argentina. En los años 90, los medios de comunicación comienzan a dar cuenta de esta problemática: Desde entonces hasta hoy no sólo se han multiplicado los estudios sobre masculinidades; también se ha desarrollado todo un movimiento social y político que está fracturando las bases del patriarcado en muchos países.
Somos también los hombres quienes estamos reflexionando sobre esta crisis masculina, sumándonos a la lucha por la igualdad. Una de las causas de esta crisis es que los hombres posmodernos hemos perdido nuestros modelos de referencia al mismo tiempo que resistimos (sintomáticamente) a ese modelo tradicional que promueve la cultura patriarcal. Cultura que desnuda nuestra fragilidad masculina a partir de vínculos que se sostienen en la dependencia, con actitudes machistas autoritarias aprendidas e incorporadas, como así también dificultades a la hora de relacionarnos y expresarnos emocionalmente; fragilidad que se pierde en la violencia: producto de la impotencia y de la inseguridad que desata lo que queda del hombre en esa “imposibilidad de poder” dominar y controlarlo todo.
Si pudiéramos hacer un “revisionismo” en la actualidad, en relación a la escena de “Ulises y las sirenas” seguramente tendríamos que cambiar el foco de atención: Ya no, centrándonos en el “cara rota” de Ulises “triunfador”, sino en la caída de esa “máscara” masculina que se rompe y junto con ella, esa mirada prejuiciosa, que ubica el canto de la sirena (el “decir” femenino) como peligroso, dando a los oídos masculinos cera como opción (no escuchar) o proponiendo quedar rígido… atado a la verga (así se llama el palo mayor de un barco).
El cuerpo de la imagen
El de-venir hombre
La diferencia sexual y sus máscaras
Violencia simbólica
La degradación de objeto